Imagen de la película El exorcista de 1.973
Rondando el comienzo del siglo XXI sólo existía un exorcista oficial en España. El año pasado había cuatro. En el año trece —mal número— crece la competencia, o, si queremos, el servicio. El cardenal Rouco Varela, promovió la formación de ocho más, uno por vicaría en su diócesis de Madrid.
Bergoglio cree en el diablo. Y así lo ha dejado dicho, según don Benito, dean de la catedral de Oviedo. Eso le sirve para justificar, que al fin y al cabo, no le separan tantas cosas de Ratzinger o incluso de Juan Pablo II.
“El demonio existe”, suelta para empezar don Benito. Punto.
Y él ha podido comprobarlo directamente, nos comenta, con algún caso de posesión, levitaciones y espumarajos aparte, cuando ha citado a sus pobres almas ajenas a Dios cuidándose con el crucifijo escondido en el bolsillo del pantalón. “¿Qué tienes ahí? ¿Qué tienes ahí?”, le sueltan notando las vibraciones.
Además de llevar el orden diario de la catedral asturiana y centrarse en su cometido de sacerdote penitenciario, el arzobispo le ha encomendado los exorcismos. Hay demanda. Lo de Madrid le llama la atención: “Parece que el diablo anda suelto por allí, como vulgarmente se dice”, comenta sentado en su austero despacho de la sacristía, aquel lugar de donde salió el encargado a quien Clarín brinda un repulsivo cierre de La Regenta con un pegajoso beso de sapo en la boca de Ana Ozores.
Lo de la orgía demoniaca que nos atañe parece que ha aumentado con la avalancha de inmigrantes, sostienen en algunos lugares sin querer parecer xenófobos. Con la llegada principalmente de latinoamericanos proliferó el número de prácticas de brujería, sectas, iluminaciones varias y todo tipo de competencia. Existen multitud de casos que se acercan a pedir ayuda, posteriores a una sesión de espiritismo, por ejemplo.
Lo comenta José Antonio Fortea, que durante bastante tiempo fue el único ejerciente en España. Lo hace en un paseo por Alcalá de Henares, donde trabaja en una de sus parroquias. Lo de Fortea no es una entrevista, que quede claro. Es un paseo de consulta a 40 grados a la sombra por el pueblo donde ejerce y donde a cada paso le paran: unos por gusto y otros porque acaban de ver una película de exorcistas y quieren comentarla. “No es el género que más me gusta. En casa del herrero…”.
Si ha pretendido con el periplo de hora y media extirparme al maligno, éste se me ha derretido en el trayecto. Autor de varios libros sobre el asunto, Fortea, que comienza hablando de periodismo y acaba conversando sobre Bach y las bandas sonoras, atiende al menos 400 casos al año.
Es difícil discernir. “La mayoría son síntomas que debemos desviar al psicólogo o al psiquiatra. Después están las ansiedades y también los que vienen con todo el numerito de las películas ensayado, salvo darle la vuelta a la cabeza. Pero de esos 400 casos, alrededor de cuatro sí que se deben a una clara posesión…”, afirma. “Nosotros somos el último reducto".
Fortea, dice, ha sufrido —y sufre— “la tentación del racionalismo”. Pero cuando ha tenido que jugársela con algún poseído a punto de morir estrangulado se ha visto obligado a admitir que existen cosas inexplicables para la ciencia. La diferencia con ciertas enfermedades mentales y una buena patada a Belcebú es que las primeras pueden ser interminables, mientras que un poseído bien tratado, no tarda en readaptarse al medio, comentan ambos miembros del gremio.
Cuando todo ha fallado, cuando desde la medicina, a la brujería, cualquier cosa, ha fracasado, muchos confían en un exorcismo. Tanto el padre Benito como Fortea aplican el protocolo. Piden que lleguen acompañados de alguien, se les examina, se les pregunta y si ven claros síntomas comienza el combate: “Cuando alguien está poseído no habla con su voz, ataca, blasfema, se le salen los ojos de las órbitas, se rebela contra la oración, es un sufrimiento terrible”, aseguran. Y un riesgo. Físico.
Ambos creen en el poder del maligno porque creen en Dios y así lo ha determinado. “No es un mito, es el ángel caído”, afirma don Benito. Fortea, más teórico y hoy doctorado sobre el tema con una tesis que ha preparado entre Roma y Alcalá, torea a gusto los innumerables matices con los que esta sociedad “secularizada” domina la multiplicidad de significados. Hablar sobre el mal con ellos puede acabar siendo un galimatías. ¿Lo tienen bien diagnosticado? “Existe el bien, pero no tiene por qué existir el mal, según las doctrinas”, comenta Fortea. “La Iglesia no puede absolver al pecado, pero sí al pecador”, dice don Benito. Son aristas, a su entender, importantes.
La proliferación de exorcistas ante la demanda imperante no tiene que ver con la rabia o la desgracia que generan estos malos tiempos. Viene de más allá, afirman tanto Fortea como el padre Benito. Colocan el origen en los años que España empezó a experimentar, según ellos, un declive cristiano. Algo llama la atención: resulta indiscutible la ecuación desesperación más búsqueda de soluciones ajenas a la ciencia o la razón.
Tampoco ellos mismos aciertan a entender lo que no quieren llamar expansión del mal. Son términos relativos, se miren como se miren. ¿Qué es el mal?, insistimos. “Convengamos que aquello que persevera en su acción hasta el final, sin muestra de arrepentimiento. Hitler, sin ir más lejos”, asegura Fortea. “Matar inocentes, el aborto”, cree don Benito.
Otro asunto es la posesión. Que se personaliza en casos concretos y sin estadísticas. Que afecta a jóvenes, hombres, mujeres, agnósticos y creyentes por igual. Pero que con sus métodos de batalla contra el demonio, acaba curándose. “Se cura, se cura… Puede llevar días, meses, a veces años, pero se cura. Es otra de las diferencias con ciertos males psiquiátricos y que por tanto no son posesión, porque esos pueden ser crónicos”, comenta Fortea.
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