‘Te exorcizo a ti, espíritu inmundo’
La
Razón presenció una sesión de exorcismo en una capilla de Cochabamba.
Magdalena (37) siente influencia del demonio en su cuerpo desde hace
siete años. Miguel Manzanera tiene el permiso del Arzobispado de
Cochabamba para exorcizar a dos personas. En 36 años ha conjurado
demonios en al menos 20 personas
Ejemplo de tonterias que puede hacer el demonio para llamar la atención.
La Razón (Edición Impresa) / Guiomara Calle / Cochabamba
00:00 / 31 de agosto de 2014
De
repente Magdalena encorva su cuerpo y cambia su voz. Habla en latín y
arameo para maldecir. El padre Miguel reza, le echa el agua bendita y le
acerca la cruz, pero todo eso la enfurece. Éste es el clímax del
exorcismo: Dios luchando contra el demonio.
“Te
exorcizo a ti, espíritu inmundo; tú que eres un maligno. En el nombre
de nuestro Señor Jesucristo (hace la señal de la cruz en la frente de
Magdalena) te ordeno que te marches (...). Señor Dios, bondadoso y
misericordioso, bendice a esta mujer, que en tu nombre vamos a darle
esta agua santa para liberarla”, reza el padre Miguel Manzanera al echar
el agua bendita sobre la mujer.
Al
sentir el agua, ella gruñe muy fuerte y su voz se parece a la de un
hombre. Empieza a gemir y a maldecir en latín y arameo, como describe el
sacerdote. Pero Magdalena, una mujer humilde de 37 años que vive en el
área rural, desconoce en su lucidez ambos idiomas.
Éste
es el primer conjuro que presencia un medio impreso en el país. La
capilla del Arzobispado de Cochabamba es el sitio del ritual.
Después
del Concilio Vaticano II (1962-1965), una asamblea católica mundial, el
dogma de la existencia del diablo pasó a ser “parte vergonzosa de la
doctrina”, por lo que muchos creyentes lo ignoraron. Sin embargo, por
primera vez, el Vaticano reconoció el 13 de junio de este año a la
Asociación Internacional de Exorcistas (AIE).
El
sacerdote cuenta previamente que el arzobispo de Cochabamba, Tito
Solari, le autorizó exorcizar a dos personas ante la necesidad de su
situación. Una de ellas es Magdalena, quien tras mucha insistencia se
presta a la producción fotográfica para La Razón, aunque todo da un giro
real cuando el agua bendita toca su cuerpo.
Ritual.
“Belcebú, sal fuera, sal fuera. ¿Cuándo vas a salir?”, arenga el cura,
que lleva un traje blanco (alba) y una estola morada. “Somos muchos”,
dice ella con una voz más suave que la del principio. La mujer baja los
brazos y aprieta fuerte el reclinatorio en el que se postra. Se
desvanece, tose y vomita, pero luego reacciona; mira fijamente al padre y
le agrede. “Cállate, maligno, cállate”, le recrimina el hombre de la
cruz.
La
poseída tiene en frente tres imágenes diferentes de Jesucristo, a las
que mira con rencor mientras mueve la cabeza de un lado a otro. El
sacerdote sigue rezando e “interrogando” a los demonios. Al fondo de la
pequeña capilla se escuchan oraciones en voz baja: la tía, Nancy, la
acompaña y llora al verla así. Media hora antes del ritual, Magdalena
saluda al equipo de este rotativo con una sonrisa; se muestra amable y
carismática. Al preguntarle sobre su situación, su semblante cambia y
hace un gesto que hasta parece de vergüenza. “Tengo una influencia
demoniaca desde que era una niña. La gente lo hizo por venganza contra
mi papá; yo era su preferida”, cuenta.
El
padre Miguel llegó al país hace dos semanas de Europa, tras una
ausencia de medio año, aunque mantuvo contacto con este diario desde
hace dos meses para abordar esta crónica. Entonces, Magdalena fue
ansiosa en su búsqueda porque —asegura— es el único que le ofrece paz
desde hace dos años con estos rituales.
Ella
llega a la capilla con un bolso, saluda y abraza al cura. Saca una
botella de agua y sal para que sean convertidas en agua bendita, luego
una cruz que lleva consigo.
El
religioso lleva más de 15 minutos, con un crucifijo y un manual de
oraciones, luchando en la capilla contra el ser maligno en la mujer. Un
llanto incontenible invade a la poseída y lanza más insultos, esta vez
contra la Virgen María: “¡Maldita mujer, maldita!”. Enseguida, él invoca
a los santos católicos para pedir su ayuda espiritual contra Satanás.
“Su
madre no es una santa”, dice ella con una voz extraña. “¿A cuál madre
te refieres?”, replica el exorcista. “Esa vieja rezadora, esa maldita”,
contesta. El agua bendita toca nuevamente su cuerpo y se oye un grito
con llanto: “¡Me quema, me quema, ya no más!”.
“Aquí
nos vamos a quedar” es la respuesta que el padre recibe tras 24 minutos
de exorcismo; pero no se da por vencido y le ordena besar el crucifijo,
la mujer se rehusa. La estola morada es puesta en la cabeza de la
poseída y esta vez sí consigue el beso en la cruz, el signo bendito más
fuerte.
De
repente, en el ambiente ya no se escuchan las maldiciones y el
exorcista hace su última frase del ritual. “En el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, amén”.
Magdalena
termina desvanecida en el reclinatorio y tras unos minutos se levanta y
vuelve a ser la amable mujer del principio, y no recuerda absolutamente
nada de lo que le acaba de suceder.
Expresa
que empezó a sentir las manifestaciones desde hace siete años, cuando
se deprimía sin razón alguna, y poco tiempo después le entraba la
ansiedad y pensamientos demasiado obsesivos.
Cuenta
que con mucha reserva acude ante su exorcista una vez por mes o cada
seis semanas. Contadas personas en su familia conocen lo que le ocurre,
una de las razones por las que se niega a las fotografías, en un
principio. A ello, se suma el temor al rechazo de su entorno, pues ve
difícil que alguien ajeno la comprenda.
Al
preguntarle cómo se siente después del ritual, asegura que mejor
espiritualmente, aunque físicamente con dolor. “Después de cada
exorcismo vuelve la paz y la calma, pero físicamente siento como si me
hubieran dado una paliza, porque me duele todo”.
El
padre Miguel comenta que es muy difícil expulsar a los demonios porque
—en su experiencia— “se agarran a la gente”, y que a veces las luchas
con los espíritus malignos duran años.
Durante
sus 36 años en el país, al menos 20 personas pasaron voluntariamente
por su conjuro. A todo ello se suman los llamados que recibe de
autoridades y de familiares para ayudar a resolver casos de asesinatos,
que son cometidos por individuos supuestamente poseídos por el diablo.
De
origen español, Miguel Manzanera es responsable de la Comisión de
Doctrina y Fe de la Conferencia Episcopal Boliviana y vicario judicial
del Arzobispado de Cochabamba. Le derivan todo lo referente a casos de
exorcismo en el país.
“Puedo
dar fe de que estas personas cuentan cosas espantosas, sienten ruidos,
les caen objetos, que hay alguien a su lado que los ataca. He tenido
varios casos y los he atendido con cierto éxito”, cuenta.
Recuerda
el caso de una doctora de La Paz a quien —dice— el diablo le tocaba el
hombro para decirle “te he encontrado de nuevo”. “El demonio la hacía
pelear con su marido, otro católico, al punto de que en una ocasión casi
se matan con cuchillos”.
Pero
el caso más violento fue el de una joven que llegó con su papá a pedir
ayuda al cura. Su agresividad era tal que tuvieron que sujetarla; ella
no paraba de decir con una voz masculina que su padre vivía debajo de la
tierra.
Tras la historia, La Razón deja a solas al religioso y a Magdalena. Tienen mucho que hablar.