Pregunta:
Tengo muchas dudas respecto a Satanás, ¿cómo se manifiesta?, ¿a quiénes
elige para que le sirvan y por qué?, ¿qué les ofrece que ni con el paso
del tiempo son capaces de ver lo que el Señor ha escrito antes en su
corazón?, ¿puede llegar su influencia a desaparecer del todo de una
persona?, ¿puede desaparecer del mundo?, ¿puede poseer a una persona
algunos ratos y no otros?, ¿el Espíritu Santo no nos preserva de su
influencia para que seamos totalmente libres?, ¿son varios, o es sólo
uno con muchas caras?... pero sobre todo, puesto que le atribuyo
bastante inteligencia además de su ya conocida astucia, no entiendo por
qué no llega a la siguiente conclusión: si se destruyera todo el bien
del mundo y solo existiera el mal, se autodestruiría en muy poco tiempo,
entonces, ¿por qué tiene tantas ganas de reinar en un mundo que no
existiría, condenado a su total destrucción?
Nuestro
ávido preguntador hace alusión a un tema que ciertamente despierta la
curiosidad de nuestra generación, pero muchas veces desde una mirada
espectacularista, mítica o escéptica, y es sin embargo un tema
suficientemente profundo para tomárselo en serio. No es este el sitio
donde elaborar un tratado de demonología, si bien al final del artículo
se ofrece alguna referencia sobre dónde encontrarlo. Se trata de resumir
la doctrina de la Iglesia al respecto y desde ahí responder a las
preguntas formuladas.
1.
La Revelación nos transmite el conocimiento de que “antes” de la
creación material, hubo una creación de seres inmateriales que llamamos
ángeles. Éstos ángeles fueron creados para vivir en comunión con Dios y
para vivir en su alabanza; y además, Dios tenía preparado un designio
secreto para ellos: servir al hombre y ayudarle a alcanzar su destino.
Como seres personales, tienen racionalidad y libertad, si bien su
racionalidad es mucho más perfecta que la nuestra al ser seres
espirituales. De entre estos ángeles hubo algunos que concibieron
envidia del hombre (Sab 2, 24) y en lugar se servirle, le tentaron para
hacerle caer; éstos ángeles, al usar su libertad para desobedecer a
Dios, se corrompieron a sí mismos y se “convirtieron” en demonios.
2.
Por tanto, los demonios no son mitos ni metáforas ni personificaciones
del mal. No es cierto que el Señor hablase de los demonios adaptándose a
la mentalidad de su época, puesto que en muchísimas cosas Jesús se
salta la mentalidad de su época e introduce conocimientos nuevos. No es
cierto que las manifestaciones diabólicas del Evangelio sean simbólicas
ni casos de enfermedades que en la época se asociaban con el demonio,
puesto que las acciones exorcísticas de Jesús en esos casos con claras, y
Jesús no “finge” echar demonios, puesto que entonces nos estaría
engañando y haciendo creer cosas que no son ciertas. Además, la
existencia del demonio y su actuación están patentes en la vida de la
Iglesia, que tiene un ministerio propio para erradicar la actuación del
mal, que cuenta con muchísima experiencia, y no sólo en el cristianismo.
3.
Los demonios son seres espirituales, en cierto sentido superiores a
nosotros, pues no están atados al tiempo y al espacio ni a sus leyes
como lo estamos nosotros, y además son más inteligentes que nosotros.
Existen verdaderamente y actúan en el mundo. Dios, que es bueno y no
retira el ser a las criaturas, les mantiene en la existencia por amor,
puesto que no se arrepiente de nada de lo que ha creado (Sab 11, 24). Al
estar en esta creación, pueden influir en el mundo, y Dios permite su
acción porque no puede frustrar su plan de amor, e incluso contribuye a
manifestar de un modo más pleno su amor y su gloria.
4.
Parece haber un demonio superior, al que la Escritura llama Satanás,
que significaría “el acusador”, pero no es el único. No sabemos el
número de demonios que existen, si bien la Escritura menciona a algunos
como Azazel, Asmodeo o Legión. Del mundo demoníaco en sí muchos
demonólogos tratan de enseñar, pero en el mundo del enemigo es difícil
adquirir certezas, puesto que es el padre de la mentira (Jn 8, 44).
5. El enemigo tiene tres modos de influir en la realidad.
a.
Tentación. La Sagrada Escritura nos cuenta que la tentación en el
hombre puede provenir del demonio, que le sugiere y le influye para
hacerle desobedecer la voluntad de Dios, como vemos en el relato de Adán
y Eva (Gn 3, 1), y aún más claro en las tentaciones de Jesús en el
desierto (Mt 4, 1). Sin embargo, la Tradición cristiana nos enseña que
la tentación no proviene sólo del demonio. También puede provenir de uno
mismo, o de otros seres humanos. Efectivamente, Satanás no fue tentado
por nadie, sino por sí mismo; del mismo modo nosotros podemos ser
tentados por él, por nosotros mismos y por los demás. La tentación se
vence con la ayuda de la gracia; y si se lleva a cabo y deviene en
pecado, se erradica a través del Sacramento de la Confesión.
b.
Posesión. Uno o varios demonios pueden enraizarse en el cuerpo de una
persona, “poseyéndola”. Sobre este tema las películas han hecho más daño
que bien. En principio, para que un demonio entre, es necesario
“abrirle la puerta” mediante el satanismo o algún tipo de magia o
invocación de fuerzas [1]. Si una persona queda poseída, no va por la
calle dando gritos y mordiendo a la gente; puede vivir una vida normal, y
no es en nada diferente a las demás, pero puede comenzar a experimentar
fenómenos extraños o una serie de sensaciones que le hacen sospechar
que algo pasa. El único modo de conocer si una persona está poseída es
realizando un exorcismo, en el cual sí que pueden darse signos de la
presencia del mal en la persona. La posesión se erradica, pues, con una o
varias sesiones de exorcismos.
c.
Influencia. El enemigo puede influir en cosas, personas, animales o
lugares, manifestando de algún modo su presencia a través de presencias,
ruidos, olores, movimientos, etc. Su objetivo es inquietar, infundir
temor y alejar de Dios, pero habitualmente consigue lo contrario.
i.
Infestación. El enemigo puede poseer o habitar un lugar, o un animal. A
través de una bendición, o en casos más graves de un exorcismo puede
ahuyentarse su presencia.
ii. Opresión. El enemigo influye en la persona, o a su alrededor, haciendo cosas “extraordinarias”.
iii.
Obsesión. El enemigo puede influir en los pensamientos introduciendo
pensamientos negativos para causar mal a la persona o hacerla pecar.
El
influjo se puede erradicar también con el exorcismo, pero una oración
de liberación puede liberar perfectamente a una persona de un influjo;
en la oración de liberación, que puede hacer un sacerdote o incluso un
laico, el ministro jamás puede dirigirse al demonio (cosa que está
reservada al exorcismo), sino que debe dirigirse a Dios para que en el
nombre de Jesús libere a la persona afectada.
La
más peligrosa de las tres maneras de actuar no es la posesión, como
puede parecer de primeras, sino que es la tentación, porque ella nos
puede llevar a pecar, a desobedecer a Dios y si no nos convertimos, a la
infelicidad y la condenación. La posesión no conduce al infierno, ni
siquiera al pecado, al igual que la opresión. A mi me gusta decir que
son fuegos artificiales, cosas que el enemigo en su rabia hace para
quitarle el protagonismo a Dios y para meternos miedo, de modo que nos
alejemos de Dios. Pero la mayor parte de las veces su actuación lo que
produce es precisamente que nos acerquemos a Dios.
6.
El demonio no es igual a Dios, es una criatura suya. Los cristianos no
creemos en dos fuerzas iguales enfrentadas. Jesucristo derrotó
absolutamente al demonio, y nos da el poder de vencerle a nosotros, si
creemos en él. El demonio tiene el poder que nosotros le damos, y la
victoria está en nuestras manos. La manifestación de su poder sólo sirve
para que nos acerquemos más a Dios y para que comprobemos su poder
absoluto sobre el mal, que no puede resistir el Nombre de Jesús y tiene
que someterse, estremecerse y huir.
7.
Pero entonces, si el Enemigo sabe que su actuación contribuye al plan
de salvación de Dios y a manifestar su poder, ¿por qué actúa? ¿por qué
no permanece oculto? Tenemos que recordar que es un ser que se ha
corrompido en su esencia, y por lo tanto, está a merced de sus
pasiones, y su inteligencia está nublada por su odio. Por lo tanto, no
puede evitar entrar cuando ve una puerta abierta y hacer daño, aunque
sepa que a la larga le va a hacer sufrir y va a contribuir al bien del
hombre; es como un niño caprichoso o un hombre dejado a sus pasiones,
que simplemente se deja arrastrar sin importarle las consecuencias de
sus actos.
Desde aquí podemos responder a las preguntas que se han formulado.
- Se manifiesta, como hemos dicho, a través de la tentación, la posesión o el influjo.
-
Él no elige gente que le sirva, sino que hay personas que se ponen a su
servicio para conseguir algún tipo de beneficio que él les pueda
conseguir, puesto que es el príncipe de este mundo (Jn 12, 31; Jn 14,
30; Jn 16, 11). Son las personas que se introducen en el satanismo o
venden su alma al diablo; pueden conseguir algún beneficio durante un
tiempo, pero al final el enemigo les arrebatará todo lo que pueda,
puesto que no hay compasión en su corazón.
-
Sí que hay personas que reconocen el daño que les ha hecho recurrir a
Satanás y se arrepienten, más de las que creemos. Esas personas acaban
en un exorcista y muchas veces convertidas. Hay muchísimos casos, pero
no son públicos. Al final la experiencia del mal te lleva a Dios, y la
del odio a la del amor. El demonio no puede borrar el deseo de Dios del
corazón de nadie.
-
Respecto a si su influencia puede llegar a desaparecer, para ser
exactos hemos de decir que sólo con el paso a la vida verdadera del
cielo desaparecerá la influencia del demonio sobre nosotros, cuando será
encadenado y arrojado al abismo (Ap 20 y 21). Un persona poseída puede
liberarse de esa posesión por un exorcismo, pero debe llevar después una
vida de fe, para evitar que el enemigo vuelva a entrar (Mt 12, 43).
-
No puede desaparecer del mundo, puesto que el Señor no odia nada de lo
que ha creado: "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has
hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo
subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían
su existencia, si tú no las hubieses llamado?" (Sab 11, 24 - 25).
-
No es que pueda poseer a una persona a ratos, sino que si está dentro,
lo está, aunque no siempre se manifieste; y una vez que ha salido, en
principio si la persona lleva una vida de gracia, no puede volver a
entrar.
-
Dios no nos preserva de su acción porque sabe que contribuye a nuestra
salvación. La acción del demonio no nos quita libertad, son nuestros
actos los que nos quitan libertad. La tentación además, como hemos
visto, puede provenir de nosotros mismo o de los demás.
- Son varios, aunque no sabemos cuántos.
-
Él no quiere reinar, “sabe que le queda poco tiempo” (Ap 12, 12). Él
sabe que está condenado, no busca reinar, no es feliz, ha elegido la
tiniebla, el odio y la tristeza. Él no piensa que el mundo se
autodestruiría, porque sabe perfectamente que Dios ya le ha vencido y
que su victoria se manifestará plenamente tarde o temprano; simplemente,
no puede resistirse en su odio y desesperación, y por eso hace el mal,
aunque sepa que al final su actuación contribuirá a la salvación del
hombre y a la gloria de Dios.
Hablo
del demonio porque me han preguntado, pero no pretendo hacerle
publicidad. Dios es quien merecer ser anunciado, alabado y adorado, y
sólo Dios es el centro. Si hablo del enemigo, es para que conozcamos su
existencia y su modo de actuación; para que seamos conscientes de que
tenemos un enemigo y conozcamos las estrategias para vencerle.
[1]
El recurso a la magia, hechicería, brujería, conjuros, curandería,
maleficios, quiromancia, horóscopos, médiums, güija, adivinación,
esoterismo, energías, reiki, piedras energéticas, y otras muchas
invocaciones de fuerzas que no son Dios constituyen una puerta abierta
al enemigo, y están causando cada vez más problemas de tipo demoníaco.
Jesús María Silva Castignani