Cuando pensamos en la Virgen, tendemos a verla con una cierta distancia. Sí, la vemos como Madre de Dios; Pero luego, en la conducta diaria, no siempre le damos entrada, como Madre nuestra que es.
A veces, ni siquiera cuando lo necesitamos: “Ruega por nosotros… ahora y en la hora de nuestra muerte”. Y Ella es la única que puede salvarnos: de nuestro mal carácter, de nuestra pereza, del afán de figurar, de nuestra tendencia a la bebida o al juego... Muchas veces consigue ese milagro, y casi siempre sin que nadie se lo pida. Así fue en las bodas de Caná. Le bastó decir: “No tienen vino”. Y Jesús obró el milagro, aunque no había llegado su tiempo. Simplemente, porque su Madre -y la Madre de los hombres- así se lo pidió.
Quizás podamos comprender mejor esa Maternal Omnipotencia de la Virgen al leer la declaración que el Diablo hizo sobre Ella hace unos 350 años. Que yo sepa, son las únicas palabras de Satanás referidas a María Santísima que han sido registradas por escrito y avaladas por la autentificación de varios testigos.
Según se recoge en las crónicas, durante la instrucción de la causa de Beatificación de San Francisco de Sales, declaró como testigo una de las religiosas que le conoció en el monasterio de la Visitación de Annecy. Refirió que en una ocasión llevaron ante el obispo de Ginebra (Monseñor Carlos Augusto de Sales, sobrino y sucesor de San Francisco en la sede episcopal) a un hombre joven que, desde hacía cinco años, estaba poseído por el demonio, con el fin de practicarle un exorcismo.
Los interrogatorios al poseso se hicieron junto a los restos mortales de San Francisco. Durante una de las sesiones, el demonio exclamó lleno de furia:«¿Por qué he de salir?». Estaba presente una religiosa de las Madres de la Visitación, que al oírle, asustada quizá por el furor demoníaco de la exclamación, invocó a la Virgen: «¡Santa Madre de Dios, rogad por nosotros!...».
“Al oír esas palabras –prosiguió la monja en su declaración– el Demonio gritó más fuerte: «¡María, María! ¡Para mí no hay María! ¡No pronunciéis ese nombre, que me hace estremecer! ¡Si hubiera una María para mí, como la que hay para vosotros, yo no sería lo que soy! Pero para mí no hay María». Sobrecogidos por estas palabras, la mayoría de los presentes rompieron a llorar. El Demonio continuó: «¡Si yo tuviese un instante de los muchos que vosotros perdéis…! ¡Un solo instante y una María, y yo no sería un demonio!»”.