5 ene 2016

Maria Valtorta: El padre Nuestro.

Visiones de la Beata Maria Valtorta

Breve biografia de Maria Valtorta:

María nació en Caserta, Italia, el 14 de marzo de 1897, hija de un militar. Sufrió a lo largo de su vida el fuerte carácter de su madre, y muchas tribulaciones que purificaron su alma. Hacia el año 1942, por mediación de un sacerdote de la Orden de los Siervos de María, que durante cuatro años fue su director Espiritual, María empieza a escribir y describir sus visiones y dictados celestiales. En poco tiempo se transformó en un instrumento dócil, a través del cual Dios nos entregó revelaciones en cantidad: en medio de dolores y enfermedad María escribió quince mil páginas de cuaderno. Ella misma reconoció que no dispuso de medio humano alguno para elaborar sus escritos: absolutamente todo le fue dictado o revelado en visiones, que ella transcribió en sus escritos. Esta obra maestra, monumento de doctrina y literatura, es una colección de varios tomos denominada Poema de El Hombre-Dios.

María Valtorta sufrió en vida muchas tribulaciones, tristezas y enfermedades. Y luego de fallecida, su obra continuó con su sufrimiento, ya que resultó controvertida para parte de la iglesia. Pero como ocurre casi siempre con las obras de Dios, finalmente se impuso a toda adversidad y culminó siendo aprobada oficialmente. De este modo El Hombre-Dios llega a nosotros, para que gocemos con su lectura y podamos aprender sobre la etapa humana del propio Dios: nuestro Señor Jesucristo se nos presenta junto a Su Madre en forma tangible, accesible a nuestro pobre entendimiento humano.



El Evangelio como me fue revelado:




EL PADRENUESTRO

 Dictado por Jesús a  María Valtorta
7 de julio de 1943

Dice Jesús:

“En el Pater noster está la perfección de la oración.

Observa: ningún acto está ausente en la brevedad de la fórmula. Fe, esperanza, caridad, obediencia, resignación, abandono, petición, contrición, misericordia, están presentes. Diciéndola, oráis con todo el Paraíso, durante las cuatro primeras peticiones, después, dejando el Cielo, que es la morada que os espera, volvéis sobre la tierra, permaneciendo con los brazos alzados hacia el Cielo para implorar por las necesidades de aquí abajo y para pedir ayuda en la batalla que hay que vencerse para volver allá arriba.

“Padre nuestro que estás en los cielos”.

¡Oh María! Sólo mi amor podía deciros: decid: “Padre nuestro”. Con esta expresión os he investido públicamente con el título sublime de hijos del Altísimo y hermanos míos. Si alguno, aplastado por la consideración de su nulidad humana, puede dudar de ser hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, pensando en esta palabra mía no puede ya dudar. El Verbo de Dios no yerra y no miente. Y el Verbo os dice: decid: “Padre nuestro”.

Tener un padre es algo dulce y una gran ayuda. Yo, en el orden material, he querido tener un padre sobre la tierra para tutelar mi existencia de niño, de muchacho, de joven. Con esto he querido enseñaros, sea a los hijos que a los padres, cuán grande sea la figura moral del padre. Pero tener un Padre de perfección absoluta, cual es el Padre que está en los Cielos, es dulzura de las dulzuras, ayuda de las ayudas. Mirad a este Padre–Dios con temor santo, pero siempre más fuerte que el temor sea el amor agradecido por el Dador de la vida en la tierra y en el cielo.

“Santificado sea tu Nombre”.

Con el mismo movimiento de los serafines y de todos los coros angélicos, a los cuales y con los cuales os unís al exaltar el nombre del Eterno, repetid esta exultante, agradecida, justa alabanza al Santo de los Santos. Repetidla pensando en Mí que antes que vosotros, Yo, Dios hijo de Dios, la he dicho con suma veneración y con sumo amor. Repetidla en la alegría y en el dolor, en la luz y en las tinieblas, en la paz y en la guerra. Bienaventurados los hijos que nunca han dudado del Padre y siempre, en cada circunstancia, han sabido decirle: “¡Bendito sea tu Nombre!”.

“Venga tu Reino”.

Esta invocación debería ser el latido del péndulo de toda vuestra vida, y todo debería gravitar sobre esta invocación al Bien. Porque el Reino de Dios en los corazones, y desde los corazones en el mundo, querría decir: Bien, Paz, y todas las demás virtudes. Escandid por ello vuestra vida de innumerables imploraciones por la llegada de este Reino. Pero imploraciones vivas, es decir actuar en la vida aplicando vuestro sacrificio de cada momento, porque actuar bien quiere decir sacrificar la naturaleza, con esta finalidad.

“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”.

El Reino del Cielo será de quien ha hecho la Voluntad del Padre, no de quien haya acumulado palabras sobre palabras, y después se ha rebelado al querer del Padre, mintiendo a las palabras antes dichas. También aquí os unís a todo el Paraíso que hace la Voluntad del Padre. Y si tal Voluntad la hacen los habitantes  del Reino, ¿no la haréis vosotros para haceros, a su vez, habitantes de allá arriba? ¡Oh! ¡alegría que os ha sido preparada por el amor uno y trino de Dios! ¿Cómo podéis vosotros no afanaros con perseverante voluntad para conquistarla?

Quien hace la Voluntad del Padre vive en Dios. Viviendo en Dios no puede errar, no puede pecar, no puede perder su morada en el Cielo, porque el Padre no os hace hacer más que lo que es el Bien, y que, siendo Bien, salva del pecar, y conduce al Cielo. Quien hace suya la Voluntad del Padre, anulando la propia, conoce y gusta ya en la tierra la Paz que es la dote de los bienaventurados. Quien hace la Voluntad del Padre, matando la propia voluntad perversa y pervertida, ya no es un hombre: ya es un espíritu movido por el amor y viviente en el amor.

Debéis, con buena voluntad, arrancar de vuestro corazón vuestra voluntad y poner en su lugar la Voluntad del Padre.

Después de haber provisto a las peticiones para el espíritu, porque sois pobres, vivientes entre las necesidades de la carne, pedís el pan a Aquel que provee de alimento a los pájaros del aire y de vestido a los lirios del campo. 
“Danos hoy nuestro pan cotidiano”.

He dicho hoy y he dicho pan. Yo no digo nunca nada inútil.

Hoy. Pedid día tras día las ayudas al Padre. Es medida de prudencia, justicia, humildad.

Prudencia: si lo tuvierais todo de una vez, desperdiciaríais mucho. Sois eternos niños y caprichosos por añadidura. Los dones de Dios no deben desperdiciarse. Además, si lo tuvierais todo, olvidaríais a Dios.

Justicia: ¿Por qué deberíais tenerlo todo de una vez cuando Yo tuve, día a día, la ayuda del Padre? ¿Y no sería injusto pensar que está bien que Dios os dé todo junto, pensando por los adentros con cuidado humano que, nunca se sabe, está bien tenerlo hoy todo en el temor de que mañana Dios no dé? La desconfianza, vosotros no reflexionáis en esto, es un pecado. No hay que desconfiar de Dios. Él os ama con perfección. Es el Padre perfectísimo. Pedirlo todo junto choca con la confianza y ofende al Padre.

Humildad: el deber pedir día a día os refresca en la mente el concepto de vuestra nada, de vuestra condición de pobres, y del Todo y de la Riqueza de Dios.

Pan. He dicho “pan” porque el pan es el alimento–rey, el indispensable para la vida. Con una palabra y en la palabra he encerrado, para que las pidierais todas, todas las necesidades de vuestra permanencia terrena. Pero al igual que son distintas las temperaturas de vuestra espiritualidad, así son distintas las extensiones de la palabra.

“Pan–alimento” para quienes tienen una espiritualidad embrional hasta el punto de que es ya mucho si saben pedir a Dios el alimento para saciar su vientre. Hay quien no lo pide y lo toma con violencia, maldiciendo a Dios y a los hermanos. Éste es mirado con ira por el Padre porque pisotea el precepto del que proceden los demás: “Ama a tu Dios con todo tu corazón, ama a tu prójimo como a ti mismo”.

“Pan–ayuda” en las necesidades morales y materiales para quien no vive sólo para el vientre, sino sabe vivir también para el pensamiento, teniendo una espiritualidad más formada.

“Pan–religión” para aquellos que, aún más formados, anteponen a Dios a las satisfacciones del sentido y del sentimiento humano y ya saben mover las alas en lo sobrenatural.

Pan–espíritu, pan–sacrificio” para quienes, alcanzada la edad plena del espíritu, saben vivir en el espíritu y en la verdad, ocupándose de la carne sólo cuanto es estrictamente necesario para continuar existiendo en la vida mortal, hasta que sea la hora de ir a Dios. Éstos ya se han cincelado a sí mismos sobre mi modelo y son copias vivientes de Mí, sobre las cuales el Padre se inclina con abrazo de amor.

“Perdónanos nuestras deudas como nosotros las perdonamos a nuestros deudores”.

No hay, en el número de los creados, ninguno, excepto mi Madre, que no haya tenido que hacerse perdonar por el Padre culpas más o menos graves según la propia capacidad de ser hijos de Dios.

Rogad al Padre que os borre del número de sus deudores. Si lo hacéis con ánimo humilde, sincero, arrepentido, inclinaréis al Eterno a vuestro favor.

Pero condición esencial para lograrlo, para ser perdonados, es perdonar. Si sólo queréis y no dais piedad a vuestro prójimo, no conoceréis perdón del Eterno. Dios no ama a los hipócritas y a los crueles, y aquel que rehúsa perdonar al hermano rechaza el perdón del Padre para sí mismo.

Considerad además que, por cuanto podáis haber sido heridos por vuestro prójimo, vuestras heridas a Dios son infinitamente más graves. Que este pensamiento os impulse a perdonarlo todo como Yo perdoné por mi Perfección y para enseñaros a vosotros el perdón.

“No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal”.

Dios no os induce en tentación. Dios os tienta solamente con dones de Bien, y para atraeros a Sí. Vosotros, interpretando mal mis palabras, creéis que ellas quieran decir que Dios os induce en tentación para probaros. No El buen Padre que está en los Cielos lo permite el mal, pero no lo crea. Él es el Bien del que brota todo bien. Pero el Mal existe. Existió desde el momento en que Lucifer se levantó contra Dios. A vosotros os corresponde hacer del Mal un Bien, venciéndolo e implorando al Padre las fuerzas para vencerlo.

He aquí lo que pedís en la última petición. Que Dios os dé tanta fuerza como para saber resistir a la tentación. Sin su ayuda la tentación os podría porque es astuta y fuerte, y vosotros sois torpes y débiles. Pero la Luz del Padre os ilumina, pero la Potencia del Padre os fortalece, pero al Amor del Padre os protege, por lo cual el Mal muere y vosotros os quedáis liberados de él.

Esto es cuanto pedís con el Pater que Yo os he enseñado. En él está todo comprendido, todo ofrecido, todo pedido de cuanto es justo que sea pedido y dado. Si el mundo supiera vivir el Pater, el Reino de Dios estaría en el mundo. Pero el mundo no sabe orar. No sabe amar. No sabe salvarse. Sólo sabe odiar, pecar, condenarse.

Pero Yo no he dado y hecho esta oración para el mundo que ha preferido ser reino de Satanás. Yo he dado y he hecho esta oración para aquellos que el Padre me ha dado porque son suyos, y la he hecho para que sean uno con el Padre y conmigo desde esta vida, para alcanzar la plenitud de la unión en la otra”.

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