Visiones de la Beata Maria Valtorta
Breve biografia de Maria Valtorta:
María
nació en Caserta, Italia, el 14 de marzo de 1897, hija de un militar.
Sufrió a lo largo de su vida el fuerte carácter de su madre, y muchas
tribulaciones que purificaron su alma. Hacia el año 1942, por mediación
de un sacerdote de la Orden de los Siervos de María, que durante cuatro
años fue su director Espiritual, María empieza a escribir y describir
sus visiones y dictados celestiales. En poco tiempo se transformó en un
instrumento dócil, a través del cual Dios nos entregó revelaciones en
cantidad: en medio de dolores y enfermedad María escribió quince mil
páginas de cuaderno. Ella misma reconoció que no dispuso de medio
humano alguno para elaborar sus escritos: absolutamente todo le fue dictado o revelado en visiones, que ella transcribió en sus escritos. Esta obra maestra, monumento de doctrina y literatura, es una colección de varios tomos denominada Poema de El Hombre-Dios.
María Valtorta sufrió en vida muchas
tribulaciones, tristezas y enfermedades. Y luego de fallecida, su obra
continuó con su sufrimiento, ya que resultó controvertida para parte
de la iglesia. Pero como ocurre casi siempre con las obras de Dios,
finalmente se impuso a toda adversidad y culminó siendo aprobada
oficialmente. De este modo El Hombre-Dios llega a nosotros, para que
gocemos con su lectura y podamos aprender sobre la etapa humana del
propio Dios: nuestro Señor Jesucristo se nos presenta junto a Su Madre
en forma tangible, accesible a nuestro pobre entendimiento humano.
EL PADRENUESTRO |
Dictado por Jesús a María Valtorta
7 de julio de 1943
Dice Jesús:
“En el Pater noster está la perfección de la oración.
Observa:
ningún acto está ausente en la brevedad de la fórmula. Fe, esperanza,
caridad, obediencia, resignación, abandono, petición, contrición,
misericordia, están presentes. Diciéndola, oráis con todo el Paraíso,
durante las cuatro primeras peticiones, después, dejando el Cielo, que
es la morada que os espera, volvéis sobre la tierra, permaneciendo con
los brazos alzados hacia el Cielo para implorar por las necesidades de
aquí abajo y para pedir ayuda en la batalla que hay que vencerse para
volver allá arriba.
“Padre nuestro que estás en los cielos”.
¡Oh
María! Sólo mi amor podía deciros: decid: “Padre nuestro”. Con esta
expresión os he investido públicamente con el título sublime de hijos
del Altísimo y hermanos míos. Si alguno, aplastado por la consideración
de su nulidad humana, puede dudar de ser hijo de Dios, creado a su
imagen y semejanza, pensando en esta palabra mía no puede ya dudar. El Verbo de Dios no yerra y no miente. Y el Verbo os dice: decid: “Padre nuestro”.
Tener un
padre es algo dulce y una gran ayuda. Yo, en el orden material, he
querido tener un padre sobre la tierra para tutelar mi existencia de
niño, de muchacho, de joven. Con esto he querido enseñaros, sea a los
hijos que a los padres, cuán grande sea la figura moral del padre. Pero
tener un Padre de perfección absoluta, cual es el Padre que está en
los Cielos, es dulzura de las dulzuras, ayuda de las ayudas. Mirad a
este Padre–Dios con temor santo, pero siempre más fuerte que el temor
sea el amor agradecido por el Dador de la vida en la tierra y en el
cielo.
“Santificado sea tu Nombre”.
Con el
mismo movimiento de los serafines y de todos los coros angélicos, a los
cuales y con los cuales os unís al exaltar el nombre del Eterno,
repetid esta exultante, agradecida, justa alabanza al Santo de los
Santos. Repetidla pensando en Mí que antes que vosotros, Yo, Dios hijo
de Dios, la he dicho con suma veneración y con sumo amor. Repetidla en
la alegría y en el dolor, en la luz y en las tinieblas, en la paz y en
la guerra. Bienaventurados los hijos que nunca han dudado del Padre y
siempre, en cada circunstancia, han sabido decirle: “¡Bendito sea tu
Nombre!”.
“Venga tu Reino”.
Esta
invocación debería ser el latido del péndulo de toda vuestra vida, y
todo debería gravitar sobre esta invocación al Bien. Porque el Reino de
Dios en los corazones, y desde los corazones en el mundo, querría
decir: Bien, Paz, y todas las demás virtudes. Escandid por ello vuestra
vida de innumerables imploraciones por la llegada de este Reino. Pero
imploraciones vivas, es decir actuar en la vida aplicando vuestro
sacrificio de cada momento, porque actuar bien quiere decir sacrificar
la naturaleza, con esta finalidad.
“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”.
El Reino
del Cielo será de quien ha hecho la Voluntad del Padre, no de quien
haya acumulado palabras sobre palabras, y después se ha rebelado al
querer del Padre, mintiendo a las palabras antes dichas. También aquí
os unís a todo el Paraíso que hace la Voluntad del Padre. Y si tal
Voluntad la hacen los habitantes del Reino, ¿no la haréis vosotros
para haceros, a su vez, habitantes de allá arriba? ¡Oh! ¡alegría que os
ha sido preparada por el amor uno y trino de Dios! ¿Cómo podéis
vosotros no afanaros con perseverante voluntad para conquistarla?
Quien hace la Voluntad del Padre vive en Dios.
Viviendo en Dios no puede errar, no puede pecar, no puede perder su
morada en el Cielo, porque el Padre no os hace hacer más que lo que es
el Bien, y que, siendo Bien, salva del pecar, y conduce al Cielo. Quien
hace suya la Voluntad del Padre, anulando la propia, conoce y gusta ya
en la tierra la Paz que es la dote de los bienaventurados. Quien hace
la Voluntad del Padre, matando la propia voluntad perversa y
pervertida, ya no es un hombre: ya es un espíritu movido por el amor y
viviente en el amor.
Debéis, con buena voluntad, arrancar de vuestro corazón vuestra voluntad y poner en su lugar la Voluntad del Padre.
Después
de haber provisto a las peticiones para el espíritu, porque sois
pobres, vivientes entre las necesidades de la carne, pedís el pan a
Aquel que provee de alimento a los pájaros del aire y de vestido a los
lirios del campo.
“Danos hoy nuestro pan cotidiano”.
He dicho hoy y he dicho pan. Yo no digo nunca nada inútil.
Hoy. Pedid día tras día las ayudas al Padre. Es medida de prudencia, justicia, humildad.
Prudencia:
si lo tuvierais todo de una vez, desperdiciaríais mucho. Sois eternos
niños y caprichosos por añadidura. Los dones de Dios no deben
desperdiciarse. Además, si lo tuvierais todo, olvidaríais a Dios.
Justicia:
¿Por qué deberíais tenerlo todo de una vez cuando Yo tuve, día a día,
la ayuda del Padre? ¿Y no sería injusto pensar que está bien que Dios
os dé todo junto, pensando por los adentros con cuidado humano que, nunca se sabe, está bien tenerlo hoy todo en el temor de que mañana Dios no dé? La desconfianza, vosotros no reflexionáis en esto, es un pecado. No hay que desconfiar de Dios. Él os ama con perfección. Es el Padre perfectísimo. Pedirlo todo junto choca con la confianza y ofende al Padre.
Humildad:
el deber pedir día a día os refresca en la mente el concepto de
vuestra nada, de vuestra condición de pobres, y del Todo y de la
Riqueza de Dios.
Pan.
He dicho “pan” porque el pan es el alimento–rey, el indispensable para
la vida. Con una palabra y en la palabra he encerrado, para que las
pidierais todas, todas las necesidades de vuestra permanencia terrena.
Pero al igual que son distintas las temperaturas de vuestra
espiritualidad, así son distintas las extensiones de la palabra.
“Pan–alimento”
para quienes tienen una espiritualidad embrional hasta el punto de que
es ya mucho si saben pedir a Dios el alimento para saciar su vientre.
Hay quien no lo pide y lo toma con violencia, maldiciendo a Dios y a
los hermanos. Éste es mirado con ira por el Padre porque pisotea el
precepto del que proceden los demás: “Ama a tu Dios con todo tu
corazón, ama a tu prójimo como a ti mismo”.
“Pan–ayuda”
en las necesidades morales y materiales para quien no vive sólo para
el vientre, sino sabe vivir también para el pensamiento, teniendo una
espiritualidad más formada.
“Pan–religión”
para aquellos que, aún más formados, anteponen a Dios a las
satisfacciones del sentido y del sentimiento humano y ya saben mover
las alas en lo sobrenatural.
“Pan–espíritu, pan–sacrificio”
para quienes, alcanzada la edad plena del espíritu, saben vivir en el
espíritu y en la verdad, ocupándose de la carne sólo cuanto es
estrictamente necesario para continuar existiendo en la vida mortal,
hasta que sea la hora de ir a Dios. Éstos ya se han cincelado a sí
mismos sobre mi modelo y son copias vivientes de Mí, sobre las cuales
el Padre se inclina con abrazo de amor.
“Perdónanos nuestras deudas como nosotros las perdonamos a nuestros deudores”.
No hay, en el número de los creados, ninguno,
excepto mi Madre, que no haya tenido que hacerse perdonar por el Padre
culpas más o menos graves según la propia capacidad de ser hijos de
Dios.
Rogad al
Padre que os borre del número de sus deudores. Si lo hacéis con ánimo
humilde, sincero, arrepentido, inclinaréis al Eterno a vuestro favor.
Pero
condición esencial para lograrlo, para ser perdonados, es perdonar. Si
sólo queréis y no dais piedad a vuestro prójimo, no conoceréis perdón
del Eterno. Dios no ama a los hipócritas y a los crueles, y aquel que
rehúsa perdonar al hermano rechaza el perdón del Padre para sí mismo.
Considerad
además que, por cuanto podáis haber sido heridos por vuestro prójimo,
vuestras heridas a Dios son infinitamente más graves. Que este
pensamiento os impulse a perdonarlo todo como Yo perdoné por mi Perfección y para enseñaros a vosotros el perdón.
“No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal”.
Dios no
os induce en tentación. Dios os tienta solamente con dones de Bien, y
para atraeros a Sí. Vosotros, interpretando mal mis palabras, creéis
que ellas quieran decir que Dios os induce en tentación para probaros.
No El buen Padre que está en los Cielos lo permite el mal, pero no lo crea. Él es el Bien del que brota todo bien.
Pero el Mal existe. Existió desde el momento en que Lucifer se levantó
contra Dios. A vosotros os corresponde hacer del Mal un Bien,
venciéndolo e implorando al Padre las fuerzas para vencerlo.
He aquí
lo que pedís en la última petición. Que Dios os dé tanta fuerza como
para saber resistir a la tentación. Sin su ayuda la tentación os podría
porque es astuta y fuerte, y vosotros sois torpes y débiles. Pero la
Luz del Padre os ilumina, pero la Potencia del Padre os fortalece, pero
al Amor del Padre os protege, por lo cual el Mal muere y vosotros os
quedáis liberados de él.
Esto es
cuanto pedís con el Pater que Yo os he enseñado. En él está todo
comprendido, todo ofrecido, todo pedido de cuanto es justo que sea
pedido y dado. Si el mundo supiera vivir el Pater, el Reino de Dios
estaría en el mundo. Pero el mundo no sabe orar. No sabe amar. No sabe
salvarse. Sólo sabe odiar, pecar, condenarse.
Pero Yo no he dado y hecho esta oración para el mundo que ha preferido ser reino de Satanás. Yo he dado y he hecho esta oración para aquellos que el Padre me ha dado porque son suyos, y la he hecho para que sean uno con el Padre y conmigo desde esta vida, para alcanzar la plenitud de la unión en la otra”.
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