El santo cura de Ars, Juan Maria de Vianney, Patron de todos los sacerdotes.
El exorcismo en el Catecismo de la Iglesia Católica
Catecismo de la Iglesia católica;
1673 Cuando la Iglesia pide públicamente y con
autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido
contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de
exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1,25-26; etc.), de Él tiene la
Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc 3,15; 6,7.13; 16,17).
En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El
exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un
sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con
prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El
exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco
gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy
distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado
pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse , antes de
celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no de una
enfermedad (cf. CIC
can. 1172).
El exorcismo simple se reza en el rito del bautismo.
El exorcismo solemne es un sacramental que sólo puede ser válidamente celebrado por un sacerdote con el permiso del Ordinario (obispo) del lugar. El obispo da permiso al sacerdote para cada caso o puede, con el permiso de la Santa Sede, formalmente otorgar a un sacerdote el oficio de exorcista. En ese caso el sacerdote está facultado para exorcizar y no necesita un permiso particular para cada caso.
Solo el exorcista con la debida licencia puede verificar la verdadera posesión diabólica. Es un proceso difícil en el que se deben descartar causas naturales.
Según el Padre Amorth, exorcista de Roma, el poder de expulsar demonios que Jesús confirió a todos los creyentes conserva toda validez. Es un poder general basado en la fe y en la oración, y puede ser ejercido por individuos o comunidades sin ninguna autorización. Sin embargo, en este caso, se trata de plegarias de liberación, y no se deben llamar exorcismos. Sólo al sacerdote autorizado, además de al obispo exorcizante, corresponde el nombre de exorcista.
En algunas diócesis hay laicos que han sido preparados para el ministerio de liberación (no exorcismo) bajo la dirección de un sacerdote. La liberación es oración para liberar de la opresión del demonio pero sin utilizar el rito de exorcismo. Nadie debe ejercer este ministerio sin autorización de la Iglesia.
Jesús vino a liberarnos del poder de Satanás y darnos la gracia de ser hijos de Dios.
Jesús impartió su poder liberador a sus discípulos para que ellos y sus sucesores continuaran la misión de liberación y exorcismo en su nombre. Por lo tanto el protagonista en el exorcismo es Dios a través de su ministro y no el demonio.
El exorcista ante todo busca llevar la persona atribulada a un encuentro con Jesús. Para ello es necesario apertura a los canales de gracia en la Iglesia: la confesión, la eucaristía, la meditación de la Palabra, la comunidad, la catequesis... Es un camino de fe en al que se invita también a la familia Cf. Mc 9, 14-29.
Necesidad de diagnóstico y la prudencia
Actualmente muchos viven una fe supersticiosa o de superstición y muchos tienden a no hacerse responsables, no saben afrontar el sufrimiento y atribuyen todo trastorno físico o espiritual a la acción del demonio. Pero frecuentemente el remedio es una verdadera y sincera confesión. Cuando en cambio se percibe aversión a lo sagrado, enfermedades desconocidas o incluso síntomas difíciles de identificar, es posible que sea necesario el exorcismo. La presencia demoníaca de cualquier forma hay que diagnosticarla en cada caso. En cambio debería haber más dedicación a la ascesis, a la oración, a la penitencia. La mentalidad popular ha exagerado los poderes de Satanás, que son los de un ángel común.
En la vida diaria
para defenderse del mal basta con ser coherentes con el
Evangelio, no tener miedo de testimoniar la propia fe y
cuidar la propia relación con Dios. A veces es Dios
mismo quien permite que algunos sean vejados u obsesionados; piénsese
en algunos santos. Pero en estos casos nos hallamos ante
planes divinos para nosotros impenetrables.
Cuerpo incorrupto del santo cura de Ars.
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